Remedios Jaqueline Sánchez López
Era ya la mitad de Febrero del año 2021 fecha que marca el inicio del tradicional Carnaval del pueblo de Coyolillo, municipio de Actopan, en el estado de Veracruz tan esperado por habitantes del pueblo y visitantes de otros estados de la República.
Pero ese 16 de Febrero no se escuchaba el ruido de las batidoras listas para integrar los huevos de la mezcla para freír los chiles rellenos; tampoco se oían las licuadoras que suelen usarse para el agua de frutas que como marca la tradición se ofrece como obsequio a las y los visitantes.
Las bocinas tampoco emitían las canciones festivas como cada año, ni circulaban automóviles o motocicletas en las calles. La explanada de la comunidad lucía vacía y triste sin los juegos mecánicos, sin los puestos de antojitos ni el escenario para el espectáculo. Este año en Coyolillo no hubo carnaval.
Era extraño no ver el trajín de las y los jóvenes de la Asociación Civil Ri-sueños para instalar el espacio del chiletón y fue notoria la ausencia de ensayos en Casa Coyolillo para el evento de danza africana. Esta vez nadie se estresó en espera de conocer emocionados, los temas que habrían de escenificar. Era cierto, este año por primera vez desde su inicio el Carnaval tradicional no se llevó a cabo.
Hizo falta el barullo natural de las bailarinas para elegir los colores, diseños y texturas del vestuario para el recorrido y nadie escuchó las emocionadas voces del grupo coral en el ensayo del poema libertario: “Me gritaron negra”, de la afroperuana Victoria Santa Cruz.
Y es que desde hace más de 150 años no había habido motivo alguno para que los y las habitantes de esta comunidad afromexicana -ubicada al norte del estado de Veracruz-, suspendiera una de sus tradiciones más importantes: su carnaval, símbolo de libertad, del gozo de la vida, la alegría, la fiesta y el compartir lo que se posee.
Pero no todo fue pérdida. De las ausencias y dificultades surgió la resistencia del pueblo, la imaginación de los y las jóvenes y la organización social espontánea y solidaria propia de nuestros pueblos indígenas y afrodescendientes.
Eran aproximadamente las dos dela tarde cuando en las redes sociales de WhatsApp y Facebook comenzaron a fluir invitaciones para que la población se sumara a un desfile comunitario organizado por jóvenes estudiantes de la Telesecundaria y Telebachillerato local.
Pero en esta ocasión algo destacaba en el mensaje. La invitación pedía a las mujeres coyoleñas portar el traje de “disfrazado” mismo que tradicionalmente solo es usado en el Carnaval por los hombres.
Ese era el momento indicado, el pretexto esperado para que las mujeres se atrevieran a sentir, a actuar y a mostrarse como quizá nunca imaginaron que podían hacerlo.
Fue un acto de valentía de las mujeres negras de Coyolillo justificado además por la ausencia de decenas de hombres que desde hace cinco años emigran al norte del país en busca de empleo y mejores oportunidades de vida. Esa migración ha impactado en el número de personas que participan en el carnaval como “disfrazados” y ahora ellas, las mujeres negras, las que siempre permanecían marginadas, tomaron la plaza para mostrarse orgullosas de su libertad.
Hubo sentimientos encontrados, pues mientras para algunos la cancelación del carnaval por causa del Covid-19 significó enojo o tristeza, para otras personas fue un momento de oportunidad, de liberación y celebración.
Decenas de adolescentes y mujeres jóvenes, que nunca pensaron estar detrás de la pesada máscara de largos cuernos de los “disfrazados” y bajo el colorido gorro con flores de papel, aparecieron portando los festivos trajes elaborados con retazos de tela, llevando el cencerro y anunciando la libertad por las calles de Coyolillo.
A las 5 de tarde inició el desfile comunitario, íntimo, en el que solo participaron los habitantes de la comunidad; pues el anuncio de cancelación del Carnval que las autoridades habían hecho con anticipación, impidió la llegada de visitantes nacionales y extranjeros.
Al ritmo de la música y los tambores comenzó la diversión. Bailes y brincos, cuerpos agitados en una explosión de sentimientos y alegría contenidos. Fue un momento catártico, donde los seres humanos se transformaron en los animales cuyas máscaras portaban.
Durante el desfile, familias enteras salían a sus banquetas, algunas se sumaban al baile, otras sonreían felices y otras solo se veían incrédulas desde sus ventanas, pero disfrutaban una y otra vez las tres vueltas que componen el recorrido por las calles al ritmo de la música.
Una familia local analiza que después de todo la suspensión del carnaval representó un “ahorro” de entre 6 a 9 mil pesos que ahora podían utilizar para otras cosas.
Mientras que -con una visión más de conciencia ambiental- algunos niños y niñas que suelen participar en la Casa Coyolillo en danzas africanas, se dijeron felices porque el plástico y los utensilios deschables usados en la época ahora no inundaron las calles como suele ocurre al concluir las fiestas tradicionales, pero no dejaron de extrañar su participación dancística ante el público.
Y aunque la suspensión del Carnaval impidió que los comerciantes tuvieran ingresos por la venta de sus productos como en años anteriores y faltó quien buscara degustar de la deliciosa gastronomía coyoleña-, en esta ocasión, hombres y mujeres de la comunidad fueron los propios turistas y disfrutaron de la fiesta no como prestadores de servicio, sino como parte viva de un pueblo unido que mantiene sus tradiciones y honra su raíz.
Por la tarde, la música llegó a su fin, los tambores dejaron de sonar y el espectáculo concluyó. Lentamente los participantes (hombres y mujeres) comenzaron a dispersarse y en el ambiente permaneció el mensaje de solidaridad con el mundo y para con las personas que perdieron la vida por el Covid-19 y ya no están presentes.
Hubo tristeza pero también esperanza de que el proximo año, el colorido carnaval regrese cargado de música, de danzas, de olores y sabores de la gastronomía local y de la alegría de los habitantes para celebrar la libertad y el orgullo de ser afrocoyolillenses.
Al día siguiente las familias volvieron a la normalidad, realizaron sus actividades cotidianas, disfrutaron el recalentado de sus viandas y revivieron -como en una película-, los escenarios festivos del día anterior, creando y recreando nuevas imágenes para un mejor mañana.