Alejandra Javiel Lomas.
- El inicio ¿Quiénes son?
Los ngiva son un pueblo milenario que habita una de las zonas más importante de Mesoamérica conocida como Valle de Tehuacán en el sureste poblano que perteneció a un señorío que perduró hasta que Moctezuma Xocoyotzi conquistó y sometió a los gobernantes del Valle de Tehuacán y Tepexi el Viejo según dicen los investigadores.
Los pueblos ngivas se asientan al noreste de Tehuacán en los municipios de Tlacotepec de Benito Juárez y Tepanco de López. Al sur en los municipios de San Gabriel Chilac y Zapotitlán Salinas y al norte de Acatlán de Osorio los municipios de Tepexi de Rodríguez, San Juan Ixcaquixtla, Santa Inés Ahuatempan y San Vicente Coyotepec. Cada zona tiene sus características y variantes dialectales propias.
Conocidos como herederos y descendientes directos de las mujeres y hombres que domesticaron el maíz , los nguiva poseen un idioma milenario con tres variantes dialectales que significan “nuestra lengua”.
Una vez que la nación quedó en manos de los mexica, llamaron a los pobladores originarios popolocas que significa “bárbaros” y durante décadas se les consideró un pueblo de poca relevancia por habitar zonas semiáridas y regirse -hasta hoy- bajo un sistema de organización político, económico y social distinto al de otras culturas prehispánicas.
- El viaje a Santa Inés Ahuatempan
Conocer uno de los pueblos representativos de esta cultura, permitirá iniciar un viaje al centro del semidesierto poblano para familiarizarse con el lugar donde los hijos del maíz han coexistido por milenios con las palmas, los cactus, el coyote y el sol abrasador.
Ahuatempan, significa en náhuatl “En la orilla del encinar” y está asentado en la región semidesértica de la mixteca poblana y para llegar se requieren de cuatro a cinco horas desde la capital mexicana.
En diversos pueblos cuyo paso es obligatorio los viajeros pueden degustar de lo que lo que suben a vender los habitantes: tacos de papa y de bisteck, las tradicionales cemitas de a cinco por veinte, las nieves de melón y limón o los refrescos embasados y las papitas, que ayudan a calmar el hambre y la sed de los viajeros agobiados por el calor.
A medida que se adentra en la carretera rumbo a Tepexi, el paisaje cambia de acuerdo a la temporada; en época de lluvias puede estar lleno de campos de milpa y pitahaya, mientras que en temporada de secas se verá un campo parduzco con algunos brotes verdes acá y allá.
Al iniciar el camino cuesta arriba las barrancas van dibujándose a un costado, mientras manchones de carrizo evidencian los márgenes de los ríos y en algún momento, como salidos de la nada se observan cientos de órganos alzados hacia el sol sobre un sinfín de lomas, cerros y montañas bajas, valles y barrancas.
El paisaje invita a pensar que esta tierra fue en tiempos prehistóricos parte del fondo marino donde se han reportado hallazgos paleontológicos que llevaron a la UNAM a fundar un museo de sitio que previo a la pandemia recibía visitas de estudiantes y del público en general.
Abruptamente el prehistórico paisaje se corta para dejar ver los estragos ecológicos que la explotación de las minas de mármol han dejado a su paso en la cabecera municipal de Tepexi de Rodríguez, anterior señorío ngiva conquistado por los mexicas.
Ahí los cerros desmoronados y cortados dejan ver el preciado mineral blanco cuya calidad ha permitido su exportación a lugares lejanos como el Japón, aunque padójicamente, la explotación de ese recurso no se ha convertido en riqueza para la población y solo ha beneficiado a algunos mientras otros migran hacia EU y Canadá en busca de mejor vida.
En el Centro de Tepexi una parada se vuelve casi obligatoria para hacer un descenso, estirar las piernas y acomodarse las rodillas bajo la sombra de un amate que gobierna el lugar, después de este respiro se puede continuar por al menos una hora más.
Subiendo las curvas que se despiden de la iglesia municipal si es martes de plaza se puede ver además de los vestigios de la iglesia vieja y una ermita, el colorido mercado de Moralillo, el más grade de la mixteca poblana, con sus cientos de techos de plástico multicolor .
Ahí se resguardan los comerciantes que mercan lo mismo chivos y ganado mayor que miel cosechada por los habitantes de la zona, petates, comida, ropa y electrodomésticos hasta autos y una variedad alimentos de la región y de otras partes del país y del mundo.
Entre gritos, olores, bultos, animales y mercancías el camión vuelve a llenarse y aunque cada vez es menos frecuente escuchar la lengua ngiva prevalecen los saludos, ¡Sá tanchi, Sa nanchi! (buenas tardes muchacho, muchacha), ¡ Sá Male, Sa vale! (Buenas tardes señora o comadre, señor o compadre).
Tras cruzar los pueblos de Cuatro rayas, Huajoyuca, Huejonapan, Almolonga y Chapultepec se ve a lo lejos la iglesia del pueblo vecino y se sabe que ya casi se llega al destino, pues los lindes del municipio de Santa Inés, se marcan justo donde inician las tierras chapulinas.
- El pueblo
Casi para llegar al pueblo de Santa Inés el paisaje es hermoso, el cielo azul claro, las nubes blancas, la vegetación compuesta por cactus, matorrales, palmones, casahutes de flores blanca, pequeñas lomas, todo es entre verde y pardo. El olor que envuelve la nariz es de campo, de vida silvestre, de polen nativo.
A tres kilómetros de la carretera se alzan las dos torres de la iglesia y su campanario. Los ngivas pertenecientes al lugar saben que están llegando a casa nada más de mirar esas puntas con mosaico de colores tocando al cielo.
Un arco de concreto color mamey con ángeles dorados recibe a los visitantes y anuncia que la comunidad data de 1600 y algo y que en ella se asentaron las poblaciones popolocas (nguivas) y nahuas que andaban desperdigadas por la zona.
Pasando el arco el pueblo se comienza a dibujarcon sus calles rectas y anchas bien trazadas. Se ven la escuela secundaria y las casas de inspiración gringa que sustituyen a las casas tradicionales, junto con una veintena de nuevos negocios proyectados con recursos de las remesas gringas.
En los últimos 20 años las casas de palma y quiote han ido desapareciendo, para dar paso a esas construcciones grises de concreto que albergan a ancianos, mujeres y niños.
La nostalgia invade al mirar las antiguas casas de familias ricas que aun conservan parte de la grandeza que tuvieron hasta la década de los 90 del siglo pasado. Sus paredes altas de piedras blancas se levantan melancólicas con sus portones anchos de hierro carcomido mientras de sus muros nacen plantas colgantes.
En el centro, a lado de las casas señoriales destaca la presidencia municipal, la escuela primaria, el mercado público, las tiendas más viejas, la iglesia y la plaza cívica.
Los domingos por la mañana el pueblo cobra vida en la plaza. Los comerciantes llegan para ofreer sus verduras, quesos, barbacoa de chivo y de pollo, ropa y zapatos mientras los visitantes pueden sentarse a degustar de una nieve tradicional a la sombra de un árbol y charlan con algún anciano como don José Arellano que a sus 83 años recuerda cómo se construyó la iglesia:
“Uuy joven, esta iglesia la hicimos cuando éramos chamacos, cuando estaba el padre Mesa, desde la orilla traíamos nuestra cubetita de arena, las señoras nuestras mamás hacían petate y se vendía para comprar cosas. Ese Rafael Huerta como ayudó al pobre, también daba su dinero para construir la iglesia. Muchos años nos hicimos para terminarla, como más de veinte”.
Las calles de tierra, conviven con el pavimento o el adoquín de forma indistinta y en tiempo de lluvias se pueden ver casi todos los solares con su milpa de temporal.
Santa Inés se conforma por cuatro barrios originales: El Barrio de Santa Inés, el Barrio de Jesús, el Barrio de Santiago y el Barrio de Los Reyes cada uno con sus propias características además de San Antonio tierra negra y San Antonio tierra colorada,.
En los dos últimos se concentra el mayor número de hablantes de ngiva y de tejedoras de petate y cada uno habla de la historia de la comunidad.
El barrio de Santa Inés con su capilla, es el que tiene construcciones recientes, un edificio de departamentos y admite avecindados de otras regiones del estado y el país.
En el barrio de Jesús se encuentra el panteón y un centro deportivo que lleva en nombre de un cuestionado héroe y líder de Antorcha campesina.
El barrio de Santiago tiene une vegetación más alta que el resto del pueblo con encinos y piedra blanca. Su capilla es la más pequeña de las cinco que hay y aun se pueden ver solares rodeados de bardas de piedra blanca. En su orilla se abrió una clínica de salud, donde en días pasados se aplicó la vacuna del coronavirus a los adultos mayores de la localidad.
El barrio de los Reyes donde anteriormente se estableció la población nahua y cuya lengua se perdió aproximadamente en la década de los 50 del siglo XX, es el más desolado, Muchas familias migraron a la ciudad de Puebla o a los Estados Unidos para no volver y ahí se observan en largos tramos de calles decenas de casas vacías, cerradas con candados enormes.
Ahí hasta los perros escasean e incluso pareciera que hasta el altavoz del barrio suena amortiguado. Distante quedó el bullicio de la gente y el movimiento cuando el ferrocarril era el medio de transporte más avanzado y ahora apenas si hay rastros de lo que alguna vez fue una estación de ferrocarril.
La vida diaria
Para los ngivas de Ahuatempan la jornada diaria inicia muy temprano, antes de las cinco de la mañana se comienza a escuchar el trajin en los hogares. Por las calles se escucha pasar uno que otro auto o los cascos de un caballo. En las cocinas se prende el fogón, se pone agua para el café, se saca el nixtamal y se enjuaga para llevarlo más tarde al molino.
Quienes tienen que salir a a trabajar fuera del pueblo se apuran a hacer sus labores. Antes de partir dan de comer y beber a los animales, mudan al puerco de lugar, acarrean un poco de agua, afiln sus chuchillos o desyerban la milpa y acomodan la tierra.
Conforme aclara el día las calles se llenan de voces que saludan en español y ngiva, se ve a las mujeres ir con paso rápido cargando su cubeta de nixtamal rumbo al molino, cubiertas sus cabeza con rebozos mientras los niños que por la pandemia no están yendo a la escuela, se levantan tarde y se desperezan mientras atizan la olla de frijoles o van en busca de leña para alimentar el fogón.
Al volver las mujeres del molino, cada calle huele a leña, a masa cociéndose en el comal, se escucha el ruido de la máquina de tortillas, el olor del almuerzo, mientras en el aire ha iniciado la sucesión de avisos de índoles diversas que se emiten por el aparato de sonido que desaca anuncios de la Secretaría de Salud con medidas para prevenir contagios de Covid-19.
Sin embargo también se anuncian los programas sociales, la venta de artículos y productos varios o la pérdida de objetos, animales o también de personas extraviadas, las solicitudes de ayuda o las visitas del doctor que llega de Tepeaca y ocasionalmente la propaganda de partidos políticos variopintos y hasta de ofertas laborales por mencionar algunos.
Tras el amuelzo, los hombres salen a las labores del campo, en tiempo de lluvia se van a ver la siembra o a cuidar los animales, cortar leña y hacer alguna reparación o conseguir un jornal para el corte de tomate o calabacita mientras las mujeres limpian la casa, preparan la comida hacen el mandado y aprovechan para visitar a sus familiares o a algún enfermo. Pero durante el periodo de siembra se les ve en el campo siguiendo a la yunta.
Las nuevas generaciones ya no quieren trabajar el campo y se emplean como dependientes de las nuevas tiendas y obreros de los pocas empresas, son intendentes del cereso o albañiles que construyen las casas tipo californianas de los que migraron al norte. mientras quienes estudiaron una carrera ejercen como maestros, médicos o administradores por citar algunos ejemplos.
A la media tarde el pueblo baja su ritmo y entra en un breve letargo por el fuerte calor. En esas horas si uno entra a las casa, es muy probable que se encuentre a las mujeres de la casa reunidas bajo la sombra, tejiendo un petate y hablando de la vida.
Las mujeres mayores hablan en ngiva, las más jóvenes responden en español. Se cuentan los acontecimientos cotidianos, se habla de política, de las formas correctas de relación, se comparten remedios, se dan la condolencias o se habla del nacimiento reciente de una criatura, una camada de puercos o de totoles y dan consejos a las madres jóvenes a quienes se les cuida.
En este espacio de encuentro es donde se tejen los hilos de la comunidad. Son las mujeres con sus acciones las que siguen llevando a la comunidad por la senda del fasia fatuá, vivir correctamente y tener la gran honra. Ellas son las que tejen en sus manos el futuro de sus pueblos y el de sus hogares.
Cuando una persona camina por las calles del pueblo, va encontrando a las señoras (males) con su rebozo y su tajo de palmas andando bajo el rayo del sol, y cuando la tarde cae entre mágicos tonos de naranja en el cielo, el pueblo se guarda en espera de continuar reproduciendo las practicas ancestrales de la comunidad nguiva.
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