Saraí Rivadeneyra
Eran las 7 de la mañana y llegué a casa de la mayordoma con las flores en mis manos y mi bebé en la espalda. Así comenzó el primero de los cuatro días que duró mi compromiso como diputada en la mayordomía de San Gabriel Arcángel.
Las mayordomías son celebraciones religiosas a las treinta y seis imágenes de la iglesia de la comunidad de Tzinacapan en el estado de Puebla.
Entre cada celebración hay similitudes y diferencias.
Las similitudes son cuando el día de la fiesta hay que vestir a la imagen, adornar la iglesia y la casa de la mayordoma, ofrecer a la imagen una cera ornamental y copal, pedir una misa y compartir comida y bebida y las diferencias son por ejemplo que cuando a alguna imagen se celebra en semana santa se le adorna con palma y no con flores y se tocan las matracas y no las campanas como en el resto de días festivos.
Estas mayordomías son propias de las comunidades indígenas y son actividades tradicionales que conservan parte de la ritualidad de los pueblos originarios después de la conquista y la colonia de los españoles.
A San Gabriel le adornamos durante el primer día con la flor llamada chamaki tanto en la iglesia como en casa de la mayordoma. Para ello, los mayordomos de las otras imágenes apoyaron trayendo consigo algunas flores y se quedaron a hacer el arco de la iglesia y el de la casa. Mientras, las mujeres matamos pollos y preparamos tortillas para compartir la comida. Después, incensamos toda la flor que se llevaron a la iglesia y pusimos floreros en los altares.
La colectividad y ayuda mutua en el marco de la ritualidad en estas celebraciones son herencia también de las culturas mesoamericanas en las que destacan los adornos florales que se usan en todo el país para las diferentes festividades religiosas. Con estas celebraciones festivas se agradece a las deidades por las semillas que florecen (taselot).
El segundo día fue “la entrada de la cera” y las mujeres mostraban sus habilidades paa la organización de la fiesta pues mientras unas preparábamos el mole o mataban los pollos, otras hacían las tortillas y se aseguraban que cada mujer que había llegado trayendo en su morral su aportación de maíz, jitomate, pollo vivo y chileancho, tuviera su plato de comida servida y además se llevara a casa un poco más para su familia.
Por la noche las autoridades locales acuden de visita al lugar del festejo a quienes se les ofrece comida antes de tomar la cera y la imagen de San Gabriel para llevarlas a la iglesia.
Las mujeres son las encargadas de llevar los floreros y el incienso que se prepara previamente. Los hombres se encargan de los cuetes que se hacen tronar durante todo el recorrido hasta llegar a la iglesia en procesión.
Es cierto que originalmente en la religiosidad católica no se contemplaba el uso de pirotecnia, adornos como las ceras ornamentales y las flores, pero fueron los pueblos y comunidades indígenas quienes le agregaron a las imágenes católicas -como los arcángeles-, otros elementos que le hicieran saber a la tierra que estaban agradecidos por darles la vida.
Algunas imágenes como el caso de San Gabriel, la comunidad le agregó un cántaro de barro con el que se pide la llegada de la lluvia y forma parte de los rituales que los indígenas hacían para pedir favores a sus dioses.
El tercer día es el día principal del festejo. Desde las 7 de la mañana otra vez en casa de la mayordoma se reanudan los quehaceres y se vuelve a ver la ayuda mutua de las mujeres.
A las 2 de la tarde se realizó la celebración eucarística con menos de 20 personas debido a la contingencia del Covid19 y a las 6 de la tarde los organizadores nuevamente regresaron a la iglesia y junto con las autoridades llevaron de vuelta a casa a San Gabrielito y su cera.
En la entrada de la casa de la mayordoma, los invitados recibían a la imagen de San Gabriel con incienso, con una bendición y un beso hasta colocarla en su altar con floreros y cera. Después continuó la atención de los invitados y de las autoridades a quienes se ofreció comida y bebida y más tarde comenzó el baile.
Aunque las fiestas que ahora se celebran son diferentes de los ritos prehispánicos y de las tradiciones católicas, éstas permiten reproducir las tradiciones y los valores más importantes que tienen los pueblos indígenas.
Una mayordomía es una celebración que tiene mucho de católico y es una mezcla de prácticas indígenas pero que permiten fortalece los valores de la comunalidad como la ayuda mutua, el servicio social, el colectivismo y el amor a la tierra.
La realización de estas ceremonias se han visto limitadas en tiempos de la pandemia por el riesgo de propagación de la enfermedad debido a la concentración de personas, sin embargo, de no practicarse podrían perderse esos valores que son los que pueden rescatarnos del individualismo y de los intereses personales que están terminando con la madre tierra.
La convivencia social y las celebraciones festivas pueden ser un riesgo en tiempos de pandemia pero también constituyen espacios para el baile, la diversión y una forma de merecer y agradecer por la vida.
El cuarto día, cansadas de la incesante actividad se realiza lo que en otras comunidades se conoce como “lavada de ollas” o “recalentado” pero que termina convirtiéndose en una nueva fiesta; sin embargo aquí, el significado es literal, y durante seis horas seguidas se lavan cacerolas, platos, ollas, tazas y cubetas que se han usado para los guisados y preparación de alimentos.
Mientas, las otras diputadas se aseguran de que ninguna mujer que haya prestado su ayuda se haya quedado sin el mole para su familia, se matan más pollos para ir a dejarles a sus casas a todas las ayudantes que reciben en total cinco piezas de pollo cada una con su respectivo mole, como una forma de agradecimiento.
Las tradiciones indígenas, el encuentro y reencuentro con nuestras prácticas ancestrales permanecerá a pesar de las amenazas externas y de las distorsiones internas que las vuelven cambiantes pero no desaparecen.